Siempre la miro, es bella. Ahora está acurrucada en el sofá. Sus imperturbables ojazos verdes se dirigen a un punto como si ese fuese muchos lugares, pero sus músculos y toda ella están adormilados, sin poder moverse a todos los sitios en los que probablemente piensa, y que no creo que sean muchos, porque su frágil cuerpo prefiere la vida sedentaria, de seguro en un ambiente similar a la desordenada sala tapizada de cuadros en donde estamos.
Me acerco a su presencia –porque en ese momento parece no ser ella, sino tan sólo algo bonito que está–, donde las palabras no existen, donde sé que la comunicación tendrá que ser por otros medios. ¿Miradas, sonidos sin palabras, de repente caricias o tal vez la simple compañía? Pero eso es imposible, ella no mira a la persona que le habla, y se escapa ante la amenazante presencia de algo que se mueva. Yo. A veces es muy notoria al hacer esto, especialmente conmigo y eso no me parece cordial, pero la comprendo. Un tiempo yo también quise estar solo. Ahora ya no, por eso me acerco a ella y busco alguna forma de comunicarme para descubrir que piensa, aunque ese intento es muy notorio. Y parece que ella percibe una presencia más en su vida como algo desbordante.
Ella es. Porque tiene características especiales. Por ejemplo es muy huraña, le gusta descansar, nunca –que yo sepa – ha cruzado palabras con alguien, solapadamente emite agudos sonidos haciendo un cosquilleo en la garganta cuando quiere comer, porque no es capaz de servirse su comida, ni de humillarse a pedirla, aunque eso es casi innecesario porque su comida está lista a la hora que sé que tiene hambre. Tal vez parezca que abusa de mis servicios, pero no me molesta. Digo que ‘ella es’, porque para mí es única, tal vez no sea una buena forma de decirlo. Pero ella es así, rara, no piensen que invento a otro personaje o a un fantasma, no soy animal –si bien no estoy seguro de la totalidad de esa afirmación, digamos que no-.
Yo estoy solo y no sé exactamente porque la albergo. Una vez la vi fuera de mi casa como quien espera algo y como hacía frío y era muy bonita, me armé de valor y la invité a pasar. Pero yo sólo quería admirarla y, como hace tiempo anhelo, a alguien con vida que me acompañe. Es que mi soledad es patética y me obliga a crear personajes, como el señor inodoro, que a pesar de mi maltrato no se aleja de mí, o el señor televisor, tan voluble. La señora cama, con quien hago el amor, y que se presta para soportar mis precipitaciones en ella. Incluso una vez, hace mucho, se prestó para un trío. No pensé que haría eso, ¡Que malcriados que somos! Aunque no sé quien la crió así de descarnada, tampoco importa, como no importarían mis padres sino fuera por la pensión. En fin, son muchos personajes. Pero ella. Pero ella, a diferencia de lo que me rodea, se mueve de vez en cuando y a veces, como yo, huele mis tubos de óleo. Su conducta es tan grácil que mirar sus ojos verdes me ruborizaba. Sin embargo hoy ya no aguanté, quise conocer el porqué de sus húmedos ojos verdes, ya que siempre estoy demasiado pendiente de los colores y hablo mucho de éstos. En general hablo mucho. Y aunque no lo crean, no me había percatado del muerto verdor al fondo de sus ojos brillantes.
Por eso estoy acá, dispuesto, tan cerca de ella.
Me acerco a Sayuri. (Yo le nombré así, aunque ella nunca me nombró)
- Sayuri- Musito con la fe de que puedo escucharle una palabra. Escudado para el silencio con lo que aprendí gracias a mis otros personajes: el silencio significa que los he dejado pensando con mis profundas palabras-.
- …
Me animo a tocarla –porque la soledad me precipita a lo vivo. Y ante mí, alguien a quien puedo mostrarle todo lo que he hecho – y le acaricio torpemente la gargantita. Me doy cuenta que trepida. Busco sus ojos. Ella los entorna y levemente mueve la cabeza, como si me permitiera tocarla, pero no más.
- Discúlpame. Soy un torpe, no soy un morboso, no me creas… no me… Sólo quiero explicarte todo lo que he pintado en esta habitación, y mi orden… pero, discúlpame, soy un torpe, un charlatán, es que no tengo practica…Tengo bonitos colores, ¿Ves? Yo te he visto oliéndolos, como yo. Creo que no te hace gracia mi comentario.
Discúlpame de nuevo, no debería pedir tantas disculpas, discúlpame… Tus ojos. Ese color, enséñame…- hablé en tono confuso, no pude completar oración, y sinceramente creí que eso no tenía objetivo. Misteriosamente, ella, Sayuri. ¡Volteó hacia mí! Ceremoniosamente entreabrió sus ojazos, mirándome como un ridículo. En sus ojos, el húmedo reflejo hizo que me viera, silueteado, un poco deforme, aguado e inestable. Entonces algo dentro de mí se encandiló y sentí mojado, no preciso qué, pero hace tiempo vivía en la incertidumbre de eso y por un momento pude ver lo que era. Entendí la soledad.
Ella era la soledad encarnada y yo uno de sus personajes. Uno que no aguantó el inmutable silencio de su entorno. Que se trastocó. Entonces, ella se erizó, bostezó, me dedicó un maullido, y saltó. Seguro se iría a algún lugar de la casa a buscar comida. Yo. Ya no sé.
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