Abrió la ventana. Dejó pasar una luz hermosa, inusual en los inviernos. Entonces supo que su vida podía ordenarse. Quería esa luz como el inicio de algo, porque se le metía hasta el alma y la pintaba por dentro con todos sus defectos y sus virtudes; gracias a esa luz él podía mirar en su interior y ver ese pequeño caos martirizado por la falta de interés, todas esas cosas que él no pudo querer porque ni siquiera lo intentó y ahora estaba muy dispuesto a recogerlas y darles su espacio.
Parado en la mitad de su cuarto, aún eran las 7 de la mañana y pajaritos se besaban en los árboles. Tensó sus músculos y ordenó mentalmente su día. Todo podía encajar. Por fin podía dejar de luchar por no parecer un desencajado, por no estar perturbado pensando en cada instante. Había luchado tanto, con dolor sobre dolor y costra sobre costra, y lo había aguantado. Todas esas duras luchas que nunca querría contar ya no importaban ahora. Este día, esta luz eran un descanso y tenía que aprovecharlo.
Frente al espejo se exploraba el rostro. Hoy no tenía ojeras, hasta parecía alegre, algo demacrado pero contento, con los lentes y todo. Hasta se veía guapo. Pensaba en desayunar a la hora que correspondía. Con una taza en la mano pensó en cuánto tiempo pasó que no comía así. Las cosas de la casa tienen un aspecto acogedor. A su pesar, él sabía que todavía era un tipo agobiado, triste, todavía le dolían muchas cosas, la ausencia de tantas otras; de todo eso solo le quedaban deseos, algunos versos, algunos cuentos, algunos dibujos, en suma algunas ideas envueltas en papel para que no se maltraten entre tanta pelea. Hoy abrió algunas, las desenvolvió de sus papeles. Eran tan bonitas. Algunas habían madurado, crecido. Otras eran como bebés. Entre las que eran bebés algunas estaban muy heridas. Él no podía hacer nada por ellas, las envolvió de nuevo; hubiera querido que algunas lleguen a sus destinatarios, allí sin duda era donde querían estar. Hoy podía ser sencillamente un descanso, y mañana reanudarse la tempestad, y ser tan cruel como siempre. Quizás.
Él fue tan consciente de que seguro iba a tener que seguir luchando, no podía darse tregua. Hoy podía arreglar muchas cosas. Comenzó a hacerlo; se sentó a resolver algunos pendientes, a hacer un par de trabajos aprovechando la mañana, todo eso lo imaginó como ordenar un poco su alma. Mientras, esa luz que quizás desaparecería por la tarde seguía impregnada en él, abrazándose con fuerza. Seguro para no volver mañana. Aún así podía sentirse feliz, la mañana y su luz hace mucho no lo abrazaban con tanto amor. Decidió retratarse. Sería una bonita imagen en su mente. Quedarse con esa luz todavía iluminándole una sonrisa triste, acariciando su contorno; mientras se imaginaba, se volvía letras y se configuraba en una postal que guardaría luego como algo preciado. Entonces sus ojos comenzaron a nublarse y los tuvo que cerrar un momento.
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