15.3.10

Historias sobre la cama

1.

Recuerdo que tenía el rostro de mi mamá cerca a mí; ella solo podía verme los ojos porque el resto de mí estaba tapado. Y aunque delante de ella solo tuviese unos centímetros de su hijo, me amaba como si estuviese completo. Yo tenía que aguantar todas mis emociones. La miraba tratando de mantener la calma para que no me vea asustado, para no preocuparla; y me despedía de ella cerrando los ojos, aguantando el aliento caliente en la colcha, a la que me prendía con ambas manos como si me asomara por una pared.


Entonces ella se iba, cerraba la puerta y las tinieblas entraban. Apenas distinguía siluetas por la luz del pasillo, por mi ventana. Ahí comenzaba mi sufrimiento.


Poco a poco sentía mis piernas atrapadas pegándose a la colcha, que tenía unos cuadraditos reptilescos que se veían horripilantes. Iba a suceder, ese día iba a suceder, me iba a hundir. Cuando sentía esa sensación de inmediato intentaba destaparme, sacarme todos los cobertores antes que la succión me lo impida.


Ya sabía cómo tenía que proceder: o tenía que escaparme a la sillita a esperar a un lado de la cama a que todo termine, o tenía que luchar. Cuando sucedía sentía mi cuerpo yéndose hacia la oscuridad negra y asfixiante. Me dolían los muslos por arrastrarlos para que no me trague la bestia, me volteaba y reptaba hacia el poco espacio que hacía con mis manos para ver la salida.


Antes de ser tragado cogía la linterna de la mesa de noche. Luego era engullido. Estar dentro era incómodo, no podía respirar bien y la pelusita incitaba mi asma. Dentro de mi incomodidad, me gustaba la emoción de vencer a la bestia y salir. Tenía que esperar a que la bestia se tranquilizara, luego sacar violentamente un brazo y sujetarme con fuerza a los barrotes de la cama, luego el otro brazo y jalarme. Así sacaba la cabeza y me salía por completo.


Así sucedió mucho tiempo (a veces pasaba, y otras veces no). Todo salía bien y no tenía necesidad de preocupar a mamá, yo podía controlarlo; pero un día no pude con la situación. Sucedió como siempre: la sombra de mamá se iba del marco de la ventana y yo ya comenzaba a sentir que mi cuerpo se iba para abajo. Aquel día quería vencer a la bestia y salir por el otro lado. Ya lo había hecho antes, así que en vez de luchar me zambullí. Dentro sentí la ferocidad de la bestia, me revolcaba de un lado para otro como una larva retorciéndose. La pelusa se metía en mi boca y el interior de la bestia se pegaba a mi cara caliente, sentía que me ahogaba; así que, asustado luché con fuerza por salir temiendo que suceda algo malo. Llegué a sacar la cabeza y descansé; estaba agotadísimo y fui saliéndome poco a poco. Fui retirando a mi enemigo de mi pecho hasta mi cintura, luego los muslos y las piernas. Y me sentí raro, me sentí como un extraño; me di cuenta que estaba más largo y tenía pelos en las piernas.


Esa fue la última vez que estuve dentro, la bestia había ganado. ¿Me había transformado en su alimento?


Desde entonces ya no me resisto: me recuesto, me cubro, y serenamente me dejo saborear.

3 comentarios:

  1. La bestia que no stá debajo de tu cama, sino dentro de ella.
    Me gustó mucho este post, me hace recorda a una canción de the cure, Lullaby.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Esa canción es buenísima. Gracias por el comment ah, voy a comenzar a contestar, y a recuperar este blog :)

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