13.2.12

Por gusto

Por puro gusto. Un día, hace no mucho, me encajé los lentes en las patillas y me di cuenta que una de mis lunas estaba neblinosa. Era un borrón pequeño que no se salía. Se había generado por poner mis lentes en mi bolsa, sin su cubierta, y haber caminado oyendo Blur muchísimas cuadras. Me pareció curioso, Blur es muy buena banda y significa borroso.

Hace poco también descubrí que mido más de lo que pensaba. Cada vez que subestimaba mi estatura me repetían: tú mides más. Lo descubrí cuando, tomando por poco la talla de un amigo que decía rebasar el metro setenta, yo le digo que apenas rebaso esa medida y no puede ser que él también. A los minutos descubrimos que yo me acercaba al ochenta descalzo. Lo que nunca debí subestimar es mi peso. Mi vieja me repite: estás flaco, ¡y quieres seguir viajando!

También descubrí que el espíritu de aventura y las ganas de viajar los he heredado de mi abuela. Hace poco conversábamos. Ella tiene historias exquisitas. Me contaba que de pequeña ella también tenía una bicicleta, y alguna vez hizo un viaje largo de horas, compitiendo contra un chico. Le ganó. Que también había manejado moto, que tenía un caballo que amaba montar. Que viajaba mucho, y de hecho lo sigue haciendo cada puñado de meses.

Y así, más flaco y más alto, con un lente neblinoso y mi espíritu de viajero aventurero, caminaba por un sitio con árboles y tranquilidad. Pensaba en cómo de pronto todo para mí puede convertirse en posibilidades de aventura, de juego; en que quizás eso era provocado por las cosas que leí de chico. Pensaba en esos escritores, ¿para quién habrían escrito? Eso me intrigó tanto. Sé que lo hacían para mí, pero no pensando en mí. De repente para sus hijos, sus esposas, sus amantes, hermanos, padres, amigos, o quién sabe.

Para mí, la literatura siempre ha sido para pocos. No porque sea exclusiva para un grupo, sino que se hace para que lo lean unos pocos, quizás una sola persona. Es un mundo obsequiado que se construye y se deshace en base a las palabras que tenemos en mente. Y, si ese mundo es tan delicioso, se va generando en otras mentes hasta hacerse un universo invisible que dan ganas de experimentar.

Yo, de pronto, caminaba queriendo escribir todo esto, con ganas de crear un universo. Pero no tenía a quién decirle, necesitaba un destinatario ¡Cuánto necesitaba un destinatario para hacerle un universo! Tenía muchas ganas de acomodar a alguien entre palabras. Me saqué los lentes, son innecesarios mientras camino porque solo los uso cuando me fastidia la vista por el cansancio, y seguí andando. Pensaba en decirle a una chica hermosa que pasó por ahí, ¿quieres ser mi destinataria?, te podría hacer mundos tan increíbles. No serías una musa - para mí es un engaño poético, una figura que resulta hueca porque es algo que solo puede ser designado por terceros para que sea comprobado, y tampoco vale tanto decirlo, de hecho le resta valor cada vez que se pronuncia y se corrompe su secreto silencio- serías mi destinataria, el puerto de mis historias cuando esté de viaje, la otra parte del juego, la piel sobre la que se dibujarían unos versos efímeros. Pero ella pasó. Se fue a pie, como yo que seguí feliz. Preví, desde que vi sus piernas torneadas, que ella no hubiera sido más que un cuerpo hermoso para placernos mutuamente, que quizás tenía más, pero sería muy arbitrario decidir hacerla mi destinataria solo por voluptuosa. Que un destinatario tiene algo más, un don, algo que te entrega sin saberlo a veces. Y eso hace que lo que te gusta hacer se electrice y comience a andar una maquinaria. A mí, que me gusta escribir  y dibujar, hacer historias en  total, pero no lo hago siempre porque no tengo ganas a veces y otras veces porque esas historias no tienen a quién llegar, no tengo más remedio que caminar y contarme más historias a mí mismo, y más, y siempre que pueda aún más. Porque pensar en que un nieto mío descubrirá un baúl con cuadernos y un blog con textos, puede ser hermoso, pero no es real. Lo real, en ese momento era que andaba libre y desorientado, y decidí escribir esto por necesidad, para salvarme, porque no tenía más alternativas, porque no encajaba en nada. Por escribir.

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