25.8.12

Consecuencias de mirar personas alegrándose por versos

Presentación del libro de un amigo.

Estaba sentado sin saber qué sucedía. No sabía que la poesía podía tener un destello de alegría tan extraño y curioso. Que un libro de versos podía ser un hijo, que ha nacido caminando y juguetea entre las butacas de las personas que hacen sonar sus manos. Y yo tengo que seguirlos con los aplausos aunque no sepa bien qué sucede. Siempre seré un poco aséptico; la poesía es el trajín del alma, que suelta un aroma que hay que saber atrapar con estilo. Un perfume. O un sudor -en singular- pegajoso para el que, sin vista ni paciencia, le rehuye a lo que no es fácil de percibir. Y yo no lo niego: estoy perdido. Mi idea de poesía sigue tan extraviada como siempre. Juzgar un verso es tan complicado para mí, que siento que me coloco en mitad de ese verbo, juzgar,  y de la presión me tengo que sostener abrazado a la 'zeta' y percatarme que me rodea la palabra 'ju-gar'. No, no puedo juzgar algo tan complicado para mí. No obstante, si puedo jugar con eso, si me reta, si me pone reglas, si me invita a romper las reglas y me inserta en un mecanismo de aventura que así sea microscópico o gigante me pone a escalar palabras y descender entre oración y oración, entonces no es necesario ese verbo de mierda. Juzgar la poesía: no sirvo para eso. Y precisamente creo estar sentado entre pequeños jueces, como una corte de niños. No los subestimo, porque la alegría y el juego en el que me he visto involucrado de pronto, y que me retiene en este estupor que desde afuera seguro me hace ver como un estúpido, hacen un espectáculo sincero. Además, en cualquier lugar donde haya una piñata hay algo de honestidad (todos queremos reventar algo y obtener beneficios).

Mi mano no paraba de garabatear versos y dibujos.

Sí, no quería ni pretendía, ni me ha pasado mucho conocer poetas. Sobre todo porque no dejaré de pensar que alguien que se diga poeta está diciendo también que entiende algo que para mí es un mar. Aún así, más allá de mi prejuicio, es bonito ver el mar y ver que la gente se divierte en la playa, en este puerto lleno de butacas donde uno de ellos ha llegado de excursión y cuenta cómo es sumergirse en algún lado del océano a quienes últimamente han estado mojando los pies y ensuciándolos con arenita. Yo también he estado muy sumergido, pero no sé lo que es llegar a un puerto cargado de letras que se retuercen como peces para que la gente me diga que fue una buena pesca. Yo solo sé retirarme a observar unos cuentos peces que logro atrapar y me recluyo a mirar sus escamas iridiscentes y sus brillos que escapan de mis manos. Es muy desconocido esto de la poesía para mí. No sé nadar. Quisiera aprender. Quisiera que una mujer hermosa me enseñe. Y que mire los peces que logro capturar, tan raros que algunos tienen pelos, son ondulados y parece que bailan funk entre mis palmas y mis risas.

De modo que esto es publicar poesía. No era tan malo como pensaba, ni tan soberbio. Miro a mi rededor. Sigo sin saber bien dónde estoy pero no importa mucho. Mi curiosidad sigue erecta, reproduciéndose donde puede. Ha sido bonito ver a personas alegrándose por la vida, por la poesía, pienso que debería agradecerles. Siento que no me atrevería a publicar poemas en un libro para que lo lean desconocidos, pero esta presentación me ha llenado de deseos de poesía, de leerla y además tengo  muchas ganas de escribir versos y mandar cartas, unas ganas acuosas de lluvia finísima que moja todo lo que veo y lo transforma en palabras.


No hay comentarios:

Publicar un comentario