12.10.12

Carta para el futuro

¿Por qué ahorcas tu esencia por tus ganas de satisfacer tu orgullo y de darle comodidad a algo que tú no quieres, ese algo que no es tuyo? Tengo preparada mi pregunta. La releo. Da tantos brincos, y tiene una arquitectura tan extraña que debería llevarla escrita. Pendejo dime. En serio, dímelo. Porque seguramente la sacaré de mi bolsillo en un papel o en un boleto, y te la estamparé entre la envergadura de tus dos orejas, para que rebote ahí entre tus cachetes la respuesta falsa que me darás. La leeré con claridad y pausa, como recitándote un poema. Y yo solo recito para un público femenino y unitario, ¿recuerdas? Podrás fingir no comprenderme. Tengo respuesta para eso. O quizás me propondrás ese pinpon cojudo de la retórica ambigua. También tengo respuesta. O contestarás con otra pregunta, o apelarás a mi culpabilidad. La misma respuesta.

Y mi respuesta es muy sencilla. Mi espalda es un poco ancha, puedes trepar por ahí o por mi pecho luego de mi pregunta. Entonces sabrás. Sabrás eso que yo no sé responderte. Porque eso está en la parte de arriba de mi cabeza, en el remolino que hace mi pelo (siempre me gustará darle explicaciones a las cosas). Yo no puedo mirar ahí. Pero mis brazos están preparados para responder automáticamente las soluciones y dudas que ahí fabrica mi cabeza. Ahí tendrás mi respuesta. Por supuesto, mi espalda es lo primero que verás, y mis brazos desconectados, y yo yéndome de ti, y mis ganas de no escribirte más como una baba de caracol alejándose desde tus pestañas. Ni una carta más, ningún cuento. Solo sé amar escribiendo. No dejes que me aleje así de ti.

Quizás algún día me creas. Caminan los años, ya han llegado muy lejos y yo sigo amando porque sigo escribiendo. Para mí no hay necesidad de creerse escritor o querer serlo, solo seguir escribiendo. Lamento decirte que ya no leo los textos llenos de musgo donde te amaba como a estar echado en el pasto y que solo ese espacio fuese un mundo inmenso. Entonces en ti, en las muchas ti donde he depositado mi yo y donde me he escondido, en esa mezcla extraña y heterogénea que ha resultado en versos y cuentos raros y que a veces ni yo comprendo cómo salieron, ahí encontraré que entre los diferentes labios y ojos y cabellos y cinturas que fueron destino de lo que escribo y que amé tanto, siempre hay un mensaje para mí mismo. Algo que quiero recordar. Y no es egoísmo. Es que he dedicado un pedazo de mí mismo a ti, entonces es parte de mí, pero es tuyo. Completamente tuyo.

En este momento no sé si te escribo a ti, o a mí. Ahora me tomo mi tiempo en encontrar destinatario. Pero no puedo seguir sin amar. Porque escribir es una segregación de mi imaginación. Parte de mí. Verás que viajo mucho, y sigo jugando, eso también es parte de mi esencia. Y tu esencia seguramente, porque por algo te escribo. En esta ambigüedad podrás darte cuenta de cómo parte de mí está en ti, y quizás ya estoy rebotando en tu cabeza; o felizmente recostado en ese mundo que imaginemos que está en tu pecho y que es como un planeta en miniatura. Déjame imaginarme tranquilo ahí que no te estorbaré. En parte, una pequeña parte, también me estoy escribiendo a mí mismo, y pienso en mí como destinatario de una carta perdida. Que no llegará a ninguna parte. Que no saldrá de este margen. Y como la olvidaremos, no nos importará que no hayan muchas cosas claras. Salvo el final: todo esto es una gran pregunta de arquitectura extraña. Olvídate del resto, y vamos a la cima, donde he encajado entre dos dignos signos de interrogación mi pregunta, con la que inicié, y contestemos juntos.

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