3.8.08

EL TEATRO VERDE


Los globos oculares todo verdes se movían muy rápido, el reptar sigiloso tensionaba el ambiente y esa lengua babosa se movía al ritmo con la suya. –Silencio- susurra a su compañero – el camaleón bípedo se amarra al ser extraño también bípedo, lleno de pequeñas púas como uñas, ambos tienen como 2 metros…- observan ambos la escena apabullante, asociando parecidos, pero casi sin emitir sonidos. El científico joven sigue las órdenes, piensa en no mover un músculo, otea por detrás de la hierba aquella danza voluptuosa de esos seres reptilescos. El señor maestro, con una barba canosa no muy larga está sentado en el pasto a oscuras y hace apuntes en un pequeño libro apoyado a su pecho. Las extremidades se asen a los cuerpos escamados de ambos, simulan un beso estrujándose la piel, destruyéndose sin chistar. Apunta con tranquilidad. El macabro juego continúa sin mostrar fines, sin intento de concluir. –¿Apareamiento?- se atreve a pronunciar el joven con su engolada voz. Y… Todo se detiene. Ambos seres bufan observan alrededor del anfiteatro de maleza con malicia en los ojos, con un brillo humano en esos faroles verdes. Tirados en el pasto boca abajo, ambos compañeros intentan esconderse. Reptan y huyen con cautela, destruyen sus gabanes, rasgan sus pantalones, sus adminículos de estudio quedan regados circundando la escena, hacen movimientos violentos pero mudos. El joven intenta voltear, girar los ojos como lo hacían los seres extraños esos, pero no puede. Hace un giro y queda semi-sentado, mira el lugar donde estaban, apenas han avanzado quince metros, no se siente a salvo, no hay ruido, los seres extraños no están, lo único audible son los sonidos del roce de su cuerpo con la hierba y sus latidos violentos. –Malditos esperpentos- se dice mientras mira como por los frondosos árboles se desliza muy rápido algo como una soga y destella un brillo. –Simón ¡Corre!- se para y corre hacia su compañero, siete metros más lejos, quien aún está boca abajo en la oscuridad. – No son bestias, he visto una soga y un brillo metálico- habla casi gritando y se percata de que su colega está maniatado y quieto. Gira, voltea la cabeza en todas las direcciones posibles y de repente siente un apretón que lo tumba y lo deja sin aire.

El científico viejo se despierta primero, algo lo sedó después de ver a su compañero ser aplastado por aquél monstruo, y siente frío menos en la espalda, donde su colega está apoyado cabizbajo y desnudo, al igual que él. Se sacude intentando moverlo pero está rígido, aún sedado. Mira a su alrededor, están en el anfiteatro de malezas, donde un rato antes estuvieron los seres, donde todo alrededor es verde oscuro, todo está camuflado. Él sigue moviendo el hombro buscando respuesta, pero no se atreve a levantarse, porque se siente observado, ya que entre la hierba unos ojos de reptiles centellean verdosos en toda la circunferencia.

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