Estoy frente al espejo. Agarro el dentífrico y el cepillo de dientes con desgano, todavía quisiera quedarme con el sabor confuso de lo comido. Aunque, realmente me da igual. Que me pongan un sabor, que me quiten un sabor, ahora estoy insípido por dentro.
Maquinalmente me llevo el cepillo a la boca y empiezo el procedimiento. Es tan aburrido. Alguna vez pensé que imaginar que estás lijando una pared, o imaginar que estás removiendo bacterias podía quitarle lo rutinario a eso de limpiarse los dientes. A estas diez pe eme en pijama nada alrededor le quitará lo aburrido.
Comienzo a frotar los dientes contra las cerdas, como para variar. Mi cabeza se mueve estúpidamente. ¿Qué tal si me pongo a caminar? Abro la puerta del baño, y camino por el pasadizo hasta la sala de estar del tercer piso, con los sillones desvencijados y los animales desperdigados junto con revistas de colección a un rincón. Para qué más descripción, si anda aburrido esto.
El gato duerme plácido al borde del sillón, en el estrecho espacio donde se pone el brazo. Ahí está estirado con las patas estiradas escondiendo la cara. Su pancita se me regala. Con la mano con la que no sostengo el cepillo le paso con suavidad los dedos. Él hace un respingo, el estremecimiento de sus pelillos lo siento hasta yo, se estira más, da un leve giro para acomodar la panza para más caricias y cae. Se hace el loco, el loco desorientado, el loco desorientado aquí-no-pasó-nada... yo me cago de risa, tanto que espuma me sale por la boca.
Riéndome voy a la ventana. En ese momento, desde la calle que miro, debo ser un sonso que se cepilla los dientes en una ventana del tercer piso y se ríe sin sentido.
Una amiga me pasa la voz. Carambas, qué mal momento para verte, ahora que no quiero saludar a nadie, menos a ti. Baja, baja rápido me dice. Me hace gracia bajar con mi cepillo en la boca y decirle ¿qué quieres? Eres un sucio, anda ponte algo y termina de lavarte, y por favor acompáñame a este sitio, necesito tu ayuda.
No tengo planeado cambiarme la ropa. No es la primera vez que salgo en pijama a la calle, además, es ropa doméstica, igual yo duermo calato. Y no jodas, quiero cepillarme. Vamos.
Caminamos un par de cuadras, volteamos por una calle estrecha, bordeamos una huaca con calles que se veían bien íntimas, seguimos por una alameda oscura, con figuras fisgonas que me miraban desde la oscuridad. A punto de pasar cerca al barrio de una chica hermosa que siempre me ha sacudido los ojos con su belleza, que no es en definitiva para un sitio como éste, me meto a una tienda y compro una inca kola pequeña para enjuagarme la boca, porque la masa ya se me hacía pesada. El cepillo sobresale en el bolsillo de mi pantalón, porque ya me aburrí de tenerlo en la mano.
Caminamos hacia el olvido, dice ella. Hacia el olvido definitivo, solo tengo que decir esto, no pasará más, te llamo a ti porque estoy desesperada, además él es un loco.
Sí, sé que él es un loco. Él no tiene nombre, qué pasa si se loquea y me quiere atacar, con qué lo paro ¿con mi cepillo? ¿le hago la higiene dental? Para eso me traes carajo. Le di un par de recriminadas y consejos prácticos para olvidar a alguien, y nos fuimos sin tocar la puerta. Pasamos de nuevo cerca al barrio de la chica hermosa, yo hubiera tocado la puerta, yo debí tocar la puerta hace años, antes que le hagan el ñaño. Nos comimos unos panecillos en la tienda y tuve que comprar otra inca kola para que pasen. Y así regresé a mi casa.
Ahora estoy de nuevo frente al espejo. Saco el cepillo de mi bolsillo, qué raro se siente eso. Y comienzo a darle. Acabo descubrir que quizás no funcione imaginar que estoy lijando una pared, o frotando bacterias, pero sí funciona pensar que estoy removiendo recuerdos, que tengo una sonrisa desbordante, muy blanca que se me chorrea por la barbilla. Y unos recuerdos muy tristes que en unos segundos escupiré, luego replantearé mis consejos prácticos para olvidar a una persona y me acostaré con aliento fresco.
Maquinalmente me llevo el cepillo a la boca y empiezo el procedimiento. Es tan aburrido. Alguna vez pensé que imaginar que estás lijando una pared, o imaginar que estás removiendo bacterias podía quitarle lo rutinario a eso de limpiarse los dientes. A estas diez pe eme en pijama nada alrededor le quitará lo aburrido.
Comienzo a frotar los dientes contra las cerdas, como para variar. Mi cabeza se mueve estúpidamente. ¿Qué tal si me pongo a caminar? Abro la puerta del baño, y camino por el pasadizo hasta la sala de estar del tercer piso, con los sillones desvencijados y los animales desperdigados junto con revistas de colección a un rincón. Para qué más descripción, si anda aburrido esto.
El gato duerme plácido al borde del sillón, en el estrecho espacio donde se pone el brazo. Ahí está estirado con las patas estiradas escondiendo la cara. Su pancita se me regala. Con la mano con la que no sostengo el cepillo le paso con suavidad los dedos. Él hace un respingo, el estremecimiento de sus pelillos lo siento hasta yo, se estira más, da un leve giro para acomodar la panza para más caricias y cae. Se hace el loco, el loco desorientado, el loco desorientado aquí-no-pasó-nada... yo me cago de risa, tanto que espuma me sale por la boca.
Riéndome voy a la ventana. En ese momento, desde la calle que miro, debo ser un sonso que se cepilla los dientes en una ventana del tercer piso y se ríe sin sentido.
Una amiga me pasa la voz. Carambas, qué mal momento para verte, ahora que no quiero saludar a nadie, menos a ti. Baja, baja rápido me dice. Me hace gracia bajar con mi cepillo en la boca y decirle ¿qué quieres? Eres un sucio, anda ponte algo y termina de lavarte, y por favor acompáñame a este sitio, necesito tu ayuda.
No tengo planeado cambiarme la ropa. No es la primera vez que salgo en pijama a la calle, además, es ropa doméstica, igual yo duermo calato. Y no jodas, quiero cepillarme. Vamos.
Caminamos un par de cuadras, volteamos por una calle estrecha, bordeamos una huaca con calles que se veían bien íntimas, seguimos por una alameda oscura, con figuras fisgonas que me miraban desde la oscuridad. A punto de pasar cerca al barrio de una chica hermosa que siempre me ha sacudido los ojos con su belleza, que no es en definitiva para un sitio como éste, me meto a una tienda y compro una inca kola pequeña para enjuagarme la boca, porque la masa ya se me hacía pesada. El cepillo sobresale en el bolsillo de mi pantalón, porque ya me aburrí de tenerlo en la mano.
Caminamos hacia el olvido, dice ella. Hacia el olvido definitivo, solo tengo que decir esto, no pasará más, te llamo a ti porque estoy desesperada, además él es un loco.
Sí, sé que él es un loco. Él no tiene nombre, qué pasa si se loquea y me quiere atacar, con qué lo paro ¿con mi cepillo? ¿le hago la higiene dental? Para eso me traes carajo. Le di un par de recriminadas y consejos prácticos para olvidar a alguien, y nos fuimos sin tocar la puerta. Pasamos de nuevo cerca al barrio de la chica hermosa, yo hubiera tocado la puerta, yo debí tocar la puerta hace años, antes que le hagan el ñaño. Nos comimos unos panecillos en la tienda y tuve que comprar otra inca kola para que pasen. Y así regresé a mi casa.
Ahora estoy de nuevo frente al espejo. Saco el cepillo de mi bolsillo, qué raro se siente eso. Y comienzo a darle. Acabo descubrir que quizás no funcione imaginar que estoy lijando una pared, o frotando bacterias, pero sí funciona pensar que estoy removiendo recuerdos, que tengo una sonrisa desbordante, muy blanca que se me chorrea por la barbilla. Y unos recuerdos muy tristes que en unos segundos escupiré, luego replantearé mis consejos prácticos para olvidar a una persona y me acostaré con aliento fresco.
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