19.2.12

Gatillo


- Maldita sea, en algún lado debería haber un gatillo que apretar para acabar con todo esto.- Susurra desde una banca preparada para el romanticismo en un parque florido, un sujeto que sostiene su cabeza ya hace treinta minutos de autorecriminaciones.

Como es debido en una narración de ficción donde el autor quisiera matarse a través de su personaje, la vida le proporciona lo que quiere. Un animalillo peludo que él percibe con el rabillo del ojo se asoma a una rama baja del  frondoso árbol del costado. El sujeto, sin apartar las manos de la cara, piensa que no está para aguantar las bromas de la vida, que hablaba en serio cuando decía que quería apretar un gatillo, que un gatito no lo podría matar.

- Qué tan letal puede ser un gatito para morir... Al menos, si fuera más grande. Un felino de circo quizás. Uno que me mate violentamente, que no me deje pensar en quejas al circo, ni recordar los horrendos cumpleaños con payasos mañosos...  (porque los payasos decentes no son rentables, le dijeron los que ejercen la profesión)- así el sujeto murmuraba mirando al minino intrépido en el árbol.

El tipo tiene el cuerpo volteado hacia el árbol. De pronto siente algo en la pierna. Otro animalito acababa de pasar junto a  él. Su larga cola rosa serpenteó muy cerca a su pantalón a una velocidad impresionante, y se dirigió hacia los pequeños arbustos que flanquean el camino. Entonces, la rata velozmente corre hacia el pedazo de torta que una pareja botó hace unos minutos mientras probaban si era posible darse un beso haciendo una "u" con la lengua. Se queda inmóvil y por unos segundos mira al tipo en la banca. El tiempo fue suficiente para que la rata observe ese brillo en los ojos, su pena, su vida solitaria, esa capacidad de temblar como una hoja, y lo ame.

Nunca aprendí hacer una "u" con la lengua -piensa la rata-.

El hombre, alertado, y habiendo recogido de inmediato las piernas,percibe en la rata un gesto de bondad. No sabe porqué pero de pronto la quiere, y piensa que tampoco sabe hacer ese tipo de piruetas con la lengua, en cambio puede soltar globitos de saliva. Pero nadie quiere besarse con un tipo que hace eso cuando existen unos tubitos que botan burbujas.

La rata sigue mirando impávido al sujeto, que ya ha comenzado a hacer su primera burbujita. Ambos miran como la burbujita flota unos segundos y un rayito de sol -que interpretaremos como un rayito de esperanza- la atraviesa en un cuadro sublime que podría pintarse en lomografía. Y la revienta. El hombre voltea de inmediato a sonreír a su rata. Al frente suyo, una dama de piernas torneadas se ha sentado y se está riendo de él.

- Viste como ese gatito lindo hizo correr a esa rata cochina de un solo rugido.- comenta la señorita despampanante. El sujeto ni voltea a mirar, queda tieso. Para evitar el silencio incómodo y sacar de la perplejidad al sujeto, añade: Soy veterinaria, no le tengo asco a ningún tipo de animal, pero las ratas de ese tipo me parecen sucias... ah, también soy ninfómana.

Al par de minutos ella ya hizo que él se siente en su banca, a su lado, y que sostenga al gatito -que acaba de recoger del árbol con una agilidad poco natural- en sus piernas. Ella le lleva la mano hacia el gatito y le dice, oye, estás nervioso, es un gatito nomás. Pestañeando lentamente le dice con una sonrisa desarmante: a ver hazme esa burbujita de nuevo. El hombre, que de repente tiene una erección monumental piensa en cómo explicarle que no puede hacer burbujas en esa situación. Lo único que se le viene a la mente es una única frase: mi rata se escondió en ese árbol.

Los tres miran el árbol: el hombre desconcertado, la chica entrecruzando esas piernas que brillan al sol de la tarde (hay que agregar que tenía una faldita veraniega que con esfuerzo llegaba a la tercera parte del muslo) y el gato, que de al oír de la rata se ha puesto alerta. En un arranque de suspicacia, el gato que se preparaba para correr al árbol se da cuenta de lo absurdo de la frase, percibe que es un truco, de que hay algo encerrado en eso, entonces mira el bulto en el pantalón del tipo y de un solo movimiento se aferra con todas sus fuerzas.

En el parque, el grito hace que la gente se acerque. Sobre todo los gatos adictos a las peleas callejeras y las películas de artes marciales que pasa el chino del chifa en su trastienda. El sujeto cae al suelo, intenta desprenderse al gato, pero se da cuenta del daño que se hace a sí mismo. Intenta ahorcarlo. El gato lo ahorca más. La pelea la va ganando el felino ante las exclamaciones de las señoras.

Entonces todo se estropea cuando llegan los bomberos. Luego de intentar con sus trilladas frases para bajar animales de un árbol, sedan al gato, que de alterado no quería retirar las garras de la carne. Al tipo lo levantan en camilla y se lo llevan; con todo y gato.

- Yo soy veterinaria, puedo ayudar.- Dice la chica al darse cuenta que el bombero flaco que lleva la manguera es un adicto a la limpieza.

El hombre desde la camilla medita. Ahora más que nunca tiene ganas de vivir. En un suspiro de melancolía recuerda a su rata, y acaricia al gato.

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