Un dibujito en la pared
que hizo la abuela en el pasado
late ahora con ¡tanta! fuerza.
Esos mocos petrificados
que de niño yo pegaba
en todos estos muros desgastados.
Todo ha cambiado,
yo me he largado.
Varias veces sin mirar atrás.
Pero la habitación de mi cabeza
donde he dormido tantos días
y he soñado tantas noches y días. Y siempre.
Esta caja que me contiene
desde un pasado que se ha apolillado,
que he recogido hacia mi caja,
y he reunido con cuidado
que he engomado de ingenio
para que no se esfume en un soplar
y que he convertido en artefactos manuales
que son juegos que secretan sueños
que me exprimen las lágrimas que no sé muy bien como echar.
Todas estas marcas, pelusas, suciedades y caóticas manifestaciones del azar, desgaste de pintura, pedacitos de crayola, de spray, una rajadura que baja desde el techo, y la alfombra que calienta mis pies desnudos. Todas estas señas, quiebres, roturas desperdigadas e inamovibles, y una cama en un rincón para que el dueño de esta caja se eche a descansar. Todo este cubo que ha sido removido por los años, que ha ido expectorando lo vivido, reciclando los días con historias y risas, y haciendo una colección invisible de matemáticas absurdas de amor que he resuelto sumando poquito a poquito, y elevando al cuadrado, muy de pronto, cualquier fracción de segundo que se pose en mi mano. Tengo una luz que se desgasta y un desorden en la mesa de noche, con un papel que me espera, día a día, pensando que yo soy un color.
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