4.9.12

Él quiso tener que peinarse alguna vez, otra vez. El desgreñado tipo que anda caminando y le exhibe al parque su cabello alborotado y duro lo hace pensar; pensar en el peine flojo que su madre colocó en la cajita de su baño para que se peine porque ya es un tipo adulto y no puede andar como chiquillo. Además, algunos frascos, pastillas y otros objetos petrificados en la cajita del baño. Vaya, ¡si pudiera peinarse...! Mas no puede. Y ese no poder podría ser cáncer, o sencillamente que se quedó calvo; raro sería que esa calva que luce fuese por alguna creencia religiosa, y absurdo porque perdió una apuesta. Él que nunca se ha rapado, que nunca se ha peinado, anda con la cabeza calata ahora. Su cabeza de solaz salaz que acaricia chicas hermosas que precisamente terminan siempre calatas allí, en esa superficie helada que no le hace gestos al cielo como él sí a la tierra. Siente que no es parte de él. Qué pena que sea parte de su cabeza algo tan inexpresivo, piensa. Entonces encuentra un niño de rizos, como fue él de chico, como fue aún más su padre. Quisiera besarle la cabeza, porque alguna vez pensó que así se transmiten mejor las cosas, con un beso. El pequeño lo mira, esmirriado, calvo y gigante. El tipo avanza, pasa por el lado del niño, le remueve el pelo y se va. No te peines hijo, le dijo en el momento que el niño alzó el mentón y miró su futuro incierto.

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