22.12.13

Lo que piensen los demás

Compré un libro. Fue durante una espera. Estaba parado en el lugar de encuentro, cerca a una librería, así que pensé en entrar y ver qué había. Meses antes, solía ver qué había acompañando a mis amigos lectores. Más que lectores, a mis amigos compradores de libros. Yo no soy de los que destinan parte de su presupuesto a la lectura. Leo poco, casi nada. He leído unos pocos libros. Los suficientes para aprender a florear, y a opinar, aunque no tantos para esto último. En realidad, me privo mis opiniones y dejo que todos suelten su regurgito de lecturas mal digeridas. Después haría eso. En la reunión, miraría las caras de mis dos compañeros de trabajo, aventando responsabilidades, requisitos, resultados. Ahora recorro los estantes, mirando al azar. Uno de los empleados de la librería me indica donde están los libros más baratos. Ahí están aquellos que debí haber leído en primaria, y otros esenciales que tampoco leí. Dura tarea, me sé muy bien los títulos. Saberse los títulos le quita la impresión de sorpresa. Una chica de buenas caderas comienza  a hablarle a otro empleado sobre la lectura. Pienso que podría intervenir, pero ¿qué podría decir? Me acerco disimuladamente y encuentro una novela de un músico que me gusta. Le pregunto ¿cuándo ese músico se volvió novelista? al empleado que estaba cerca a las caderas lectoras. Me responde que el año pasado. No tenía idea, fue una aparición muy discreta. Eso me gusta. Pero más me gusta la chica, y ni se ha inmutado cuando hablé en voz alta sobre el libro. Una señora está en caja pasando dos libros. La cajera le dice que si desea presenta su boleta y le envuelven los libros. ¿Es gratis? Yo había escogido el libro hace un rato, luego de que la caderona se  haya retirado. Era uno sobre el que me comentó un tipo extranjero una vez. Estábamos en un parque, me encuentro con una española e intento hablarle. Me duraron poco mis opiniones para entretenarla. La escuché, y poco a poco se le fue acabando el combustible a la conversación. No tenía más opiniones o no se me ocurría ninguna, tampoco tenía algo que añadir o algo de que hablar. Me pasa mucho. Entonces, llegó otro español que andaba por ahí. Se conocían y se pusieron a hablar y para mi suerte me incluyeron. A las finales terminé hablando con el español que de lengua larga me hablaba mucho; a lo mejor para saciarse de sus ganas de hablar. En algún momento le pregunté sobre libros y películas. Me parecían tan cultos, que creo que fue la pregunta apropiada. Además que así yo iba a parecer un tipo interesado en la cultura. Ella no contestó, al contrario se fue. De repente se dio cuenta del pelmazo que tenía delante. Qué puedo hacer, los peruanos no leemos, lo dicen las estadísticas, ¡no jodas! Perra española, grité. El grito no salió de mi mente, pero sonó muy fuerte ahí. Me quedé siendo aleccionado por el español, a quien no pude reflejarle la rica cultura que tenemos en cuanto a literatura y cine. Por rumores me dijeron que cine no hay mucho, y que libros sí hay y me acordé de un par de autores que me dejaron quedar como el tipo interesado en la literatura. Caminamos algo y ahí me dijo del libro que ahora tengo en las manos. Que me sorprendió encontrarlo después de años. Lo recordé y me dio alegría a pesar de que estaba caro. Y ya dije, yo no gasto en libros. Aunque tampoco era tanto como lo que se gastaban mis amigos compradores de libros. En la caja estaba detrás de una señora. Pateé de casualidad el paquete que ella había puesto en el suelo. Ella me mira y ve en mi cara la sonrisa alta del tipo que ha comprado un libro. No sé si esa sonrisa exista, pero yo la tenía. Estaba feliz con mi adquisición. Miraba a todos y me sentía parte del club. He gastado dinero en este pedazo de la literatura española que desconozco casi completamente. La señora se fue. Estaba tentado a hacerle bromas de lector a la cajera. Hubiera sido bien patético. La cajera me mira sonriente pero baja la mirada. Carajo, si me hubiera mirado un segundo le soltaba la frase que ya tenía preparada: así no más no tengo esta felicidad al encontrar un libro. Decidí no decirla por cobardía, pero luego lo recordaría y pensé que a lo mejor no era un libro muy rebuscado y me iba a tomar de imbécil. Qué ganas de pensar en lo que pensarían de mí. Callé. Pregunté otra vez sobre la envoltura de libros. Sí, me dijo, con tu ticket. En tanto la envolvían pensé en mi sobrina, en sus dos añitos que caían justo al día siguiente. La chica que envolvía me preguntó, para hombre o mujer. Para mí, contesté en mi mente. Me haré este regalo. Pero nada de eso salió de mi boca. Era una opinión muy arriesgada de sustentar, o no tenía tiempo. Aunque luego no tuviese nada qué hacer más que decirles a mis amigos de la reunión, tras 15 minutos, que los esperé por 40 minutos y solo tenía 10 minutos, porque tenía algo que hacer. No había nada que hacer la verdad, pero a veces soy muy resentido. Lo jodido es que tras 2 minutos, uno de los que llegó tarde, anunció que se iba, que solo vino a decir eso, que se tenía que ir de urgencia. Ni dio explicaciones. Estando en el estante de envolturas, esperando que me den a escoger un papel de regalo, pensé en que podría darle el regalo a mi sobrina. No me dieron a escoger nada, y me dieron el libro ya forrado. Al día siguiente en mi casa. Mi sobrina en vestidito muy mono estaba sentada alrededor de la familia. Le doy el libro forrado. Su madre lo saca y me mira: ¿qué es? Es un libro. Pero ella, tiene dos años. Es una lección, para que aprenda a hacer felices a las buenas personas, y a retribuir. Entonces, agarro el libro y me lo cojo. Lo abro, me hago el sorprendido. Beso a mi sobrinita y me voy emocionado. Hace tiempo no hacía algo tan pendejo y arriesgado, pienso. Por un momento se me cruza que ahora me está importando poco lo que piensen los demás. Qué bien, seguro pronto aprenderé a soltar mis opiniones.

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