8.9.11


Siempre pude irme. Largarme. Nunca me he atado, ni las agujetas por mucho rato. Me he quedado por voluntad en esta construcción, para inspeccionarla(me).  Pero no puedo irme sin antes dejar un regalo en la mesa. En esta mesa vacía de conferencias.

Solo me quedo un rato, para imaginarme las situaciones. Hay tantas... son como pequeños planetas. (Sí, ese vicio que tengo por hacerme el viajero y ver las cosas como mundos; es algo que llevo de pequeño. Por dentro soy así.) Mirar esas situaciones han sido la forma de enfrentarme, de despedazar eso con que llené el vacío de todo esto, que estorba e incomoda. Porque el vacío si no se llena de verdad, se contempla.

Y dejaré que esta construcción se quede en pie orgullosa de su hermosura. Se deteriorará muy bonito, como otras. Pero no hay necesidad de tumbar nada cuando hay tanto espacio por acá. Además, yo construyo las cosas bien. Ya tengo unos cuántos edificios bien plantados y quisiera hacer una ciudad bellísima en mi vida. Una que sea mía y pueda visitar de vez en cuando. Porque mi tiempo y mi memoria caprichosa, son una maldición, que me obligan a construir para no perderme en el olvido definitivo de mí mismo.

Ahora que lo pienso, no tiene sentido esta mesa. El regalo no lo debería dejar acá. Se da en las manos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario